Es común que escuchemos que no es posible construir un partido político con vocación de ser alternativa real de poder, sino se incluye en él, una “pata” peronista. Esta profecía autocumplida es la que ha detenido a la Argentina, durante el último medio siglo.
Para empezar deberíamos poder definir que es el peronismo. Tan genial fue su fundador y tan conciente que esta definición era imposible, que eligió el eufemismo “movimiento” para darle un marco de referencia. El peronismo no es un partido, es movimientista. O sea, es lo que cada uno crea y/o quiera que sea. De esa forma, dirigentes y afiliados, tienen una visión particular de su “movimiento/ partido”, que sólo tiene como común denominador, la liturgia peronista, o como se suele decir, cuando se quiere parecer menos obsecuente con el líder muerto: justicialista. Esa liturgia no es sólo la famosa y anacrónica “marchita”, la “V” o las constantemente recicladas fotos de Perón, Evita y el escudo. Lo es también esa vocación de llegar al poder, como sea. Y llegar sabiendo que el principal objetivo y el único plan, es permanecer.
En esta concepción de la política, donde es reconocido que peor que la traición es el llano, porque la traición, es un hecho caso cotidiano, es donde se perdió la República. No tenemos que ir muy atrás para entender como los que compartieron el poder en los 90’s, sin mayor pudor ni demasiada explicación (si es que hubo alguna), pasaron al barco Duhaldista y casi sin frenar, como en una carrera de postas, son hoy kirchneristas de la primera hora.
Por lo tanto, cuando definimos peronismo, ya no hablamos de la doctrina defendida por el general. Tampoco sabríamos a cual Perón referirnos. Peronismo es en todo caso, un vehículo que sirve para los políticos que se ven a sí mismos como una PyME. Y a las doctrinas como lastre, que sólo lo ayudarían a naufragar en su lucha por el poder. Por eso, se despojan de ellas. El objetivo del peronista, es ejercer la administración de lo público, pero hacerlo desde el poder, no desde la burocracia.
Los 90’s
Hasta la llegada del Menem al poder, cada uno que lo hacía se encontraba con un estado dispuesto a financiar su propio aparato clientelístico y a soportar su esquema de corrupción, sin importar cual fuera el grado de esta. Lo hicieron civiles y militares, peronistas y radicales. No importa la intensidad. Como en el embarazo, se es corrupto o no se es. No se puede ser un poco corrupto. Cuando llegó Menem, encontró que no había para el festival propio. Lo acumulado hasta el anterior había dejado a la Argentina totalmente despojada, hasta de futuro. Al disponer la privatización de las empresas públicas (una buena idea, mal implementada), hizo lo que debía hacer.
Según Carlos Escudé (El estado parasitario), este es el porque, siendo todos miembros de la misma tribu, que tienen esa furia tan especial con el menemismo. La corporación política se dio cuenta tarde de los efectos tremendos que el proceso de privatizaciones traería aparejado. A partir de allí, ya no había estado para hacer la fiesta. Encima, el riojano se endeudó hasta el nivel de lo intolerable, por lo que también había cerrado esa oportunidad para financiar el cotillón. Había desarmado los sindicatos, con lo que se había perdido la ventaja comparativa del peronismo. Su fuerza de choque. Estos fueron reemplazados por piqueteros. Aquellas, la administración K, busca denodadamente refundar. Lo hizo con una aerolínea con 800 empleados pero sin aviones, con una petrolera sin pozos y ahora con una empresa de servicios satelitales a la que nadie le puede encontrar viabilidad comercial alguna. Aunque encontró la forma de sacarle el jugo a subsidios y fideicomisos. El enojo con los 90’s, es porque Menem los dejó sin la caja.
La construcción.
Pero sin ideología, no hay representación alguna. Cuando un candidato sólo busca el poder, al único que representa es a sí mismo. Cuando un político piensa que no importa lo que piensa, que él es el elegido y por eso debe ser electo, ya que sólo él puede salvar a la nación, se convierte en un enemigo potencial de esta. Potencial hasta que resulte elegido. A partir de allí, ya no es más potencial. Por eso, las campañas son vacías en propuestas, en debates, en ideas. Aquellos que se animan a decir lo que en realidad van a hacer y COMO lo van a hacer, son los menos. Y sus “no victorias” inmediatas, son convertidas en fracasos, por sus propios electores. Y ese es el error.
En la medida que se pretenda construir alternativas políticas distintas, se debe contar con ideología, perseverancia y paciencia. Sólo así se puede ir creando un espacio. En la historia de la humanidad una elección es como un segundo de la vida humana. Ser una alternativa de poder real, con una base ideología y por lo tanto sin la “pata peronista” es posible, pero no se debe buscar el éxito inmediato. No se debe pensar que sin esfuerzo se habrá de lograr, como por arte de magia, la transformación de un pueblo que en su mayoría, desde que nació no ha escuchado otra cosa, que sin el peronismo, no se puede. Y si los objetivos son claros ex ante, luego no habrá que buscar de manera sanguinaria a quien ofrezca su cabeza para satisfacer las frustraciones de quienes ya habían nombrado personal.
Cuando Alem se suicidó en el Club del Progreso, nunca se había colocado la banda presidencial. Pero generó un espacio que permitió que muchos otros lo hicieran a lo largo del siglo XX. Seguramente, a muchos los habría “suicidado” él mismo, pero esa es otra historia.
Entender la política como una actividad que trasciende a los hombres es fundamental. Por ende, los tiempos no serán los de los hombres, sino los de las instituciones.
Los argentinos tenemos la obligación de construir dos partidos de ideología opuesta, pero ambos, por ende, no peronistas. Partidos que no tengan miedo de llevar sus respectivas ideas al campo del debate civilizado, que no quiere decir, sin pasión. Pero la pasión que dan las ideas y no las ambiciones personales para manejar la cosa pública como si fuese propia.
Para que nunca se escriba en las paredes de la Argentina, como se lo hiciera en la campaña que protagonizó M Vargas Llosa en Perú, “Basta de realidades, queremos promesas”, debemos poder construir las alternativas políticas que permitan a todos los argentinos encontrase representados y no que se vote por una nueva heladera. Basta de promesas.
Para empezar deberíamos poder definir que es el peronismo. Tan genial fue su fundador y tan conciente que esta definición era imposible, que eligió el eufemismo “movimiento” para darle un marco de referencia. El peronismo no es un partido, es movimientista. O sea, es lo que cada uno crea y/o quiera que sea. De esa forma, dirigentes y afiliados, tienen una visión particular de su “movimiento/ partido”, que sólo tiene como común denominador, la liturgia peronista, o como se suele decir, cuando se quiere parecer menos obsecuente con el líder muerto: justicialista. Esa liturgia no es sólo la famosa y anacrónica “marchita”, la “V” o las constantemente recicladas fotos de Perón, Evita y el escudo. Lo es también esa vocación de llegar al poder, como sea. Y llegar sabiendo que el principal objetivo y el único plan, es permanecer.
En esta concepción de la política, donde es reconocido que peor que la traición es el llano, porque la traición, es un hecho caso cotidiano, es donde se perdió la República. No tenemos que ir muy atrás para entender como los que compartieron el poder en los 90’s, sin mayor pudor ni demasiada explicación (si es que hubo alguna), pasaron al barco Duhaldista y casi sin frenar, como en una carrera de postas, son hoy kirchneristas de la primera hora.
Por lo tanto, cuando definimos peronismo, ya no hablamos de la doctrina defendida por el general. Tampoco sabríamos a cual Perón referirnos. Peronismo es en todo caso, un vehículo que sirve para los políticos que se ven a sí mismos como una PyME. Y a las doctrinas como lastre, que sólo lo ayudarían a naufragar en su lucha por el poder. Por eso, se despojan de ellas. El objetivo del peronista, es ejercer la administración de lo público, pero hacerlo desde el poder, no desde la burocracia.
Los 90’s
Hasta la llegada del Menem al poder, cada uno que lo hacía se encontraba con un estado dispuesto a financiar su propio aparato clientelístico y a soportar su esquema de corrupción, sin importar cual fuera el grado de esta. Lo hicieron civiles y militares, peronistas y radicales. No importa la intensidad. Como en el embarazo, se es corrupto o no se es. No se puede ser un poco corrupto. Cuando llegó Menem, encontró que no había para el festival propio. Lo acumulado hasta el anterior había dejado a la Argentina totalmente despojada, hasta de futuro. Al disponer la privatización de las empresas públicas (una buena idea, mal implementada), hizo lo que debía hacer.
Según Carlos Escudé (El estado parasitario), este es el porque, siendo todos miembros de la misma tribu, que tienen esa furia tan especial con el menemismo. La corporación política se dio cuenta tarde de los efectos tremendos que el proceso de privatizaciones traería aparejado. A partir de allí, ya no había estado para hacer la fiesta. Encima, el riojano se endeudó hasta el nivel de lo intolerable, por lo que también había cerrado esa oportunidad para financiar el cotillón. Había desarmado los sindicatos, con lo que se había perdido la ventaja comparativa del peronismo. Su fuerza de choque. Estos fueron reemplazados por piqueteros. Aquellas, la administración K, busca denodadamente refundar. Lo hizo con una aerolínea con 800 empleados pero sin aviones, con una petrolera sin pozos y ahora con una empresa de servicios satelitales a la que nadie le puede encontrar viabilidad comercial alguna. Aunque encontró la forma de sacarle el jugo a subsidios y fideicomisos. El enojo con los 90’s, es porque Menem los dejó sin la caja.
La construcción.
Pero sin ideología, no hay representación alguna. Cuando un candidato sólo busca el poder, al único que representa es a sí mismo. Cuando un político piensa que no importa lo que piensa, que él es el elegido y por eso debe ser electo, ya que sólo él puede salvar a la nación, se convierte en un enemigo potencial de esta. Potencial hasta que resulte elegido. A partir de allí, ya no es más potencial. Por eso, las campañas son vacías en propuestas, en debates, en ideas. Aquellos que se animan a decir lo que en realidad van a hacer y COMO lo van a hacer, son los menos. Y sus “no victorias” inmediatas, son convertidas en fracasos, por sus propios electores. Y ese es el error.
En la medida que se pretenda construir alternativas políticas distintas, se debe contar con ideología, perseverancia y paciencia. Sólo así se puede ir creando un espacio. En la historia de la humanidad una elección es como un segundo de la vida humana. Ser una alternativa de poder real, con una base ideología y por lo tanto sin la “pata peronista” es posible, pero no se debe buscar el éxito inmediato. No se debe pensar que sin esfuerzo se habrá de lograr, como por arte de magia, la transformación de un pueblo que en su mayoría, desde que nació no ha escuchado otra cosa, que sin el peronismo, no se puede. Y si los objetivos son claros ex ante, luego no habrá que buscar de manera sanguinaria a quien ofrezca su cabeza para satisfacer las frustraciones de quienes ya habían nombrado personal.
Cuando Alem se suicidó en el Club del Progreso, nunca se había colocado la banda presidencial. Pero generó un espacio que permitió que muchos otros lo hicieran a lo largo del siglo XX. Seguramente, a muchos los habría “suicidado” él mismo, pero esa es otra historia.
Entender la política como una actividad que trasciende a los hombres es fundamental. Por ende, los tiempos no serán los de los hombres, sino los de las instituciones.
Los argentinos tenemos la obligación de construir dos partidos de ideología opuesta, pero ambos, por ende, no peronistas. Partidos que no tengan miedo de llevar sus respectivas ideas al campo del debate civilizado, que no quiere decir, sin pasión. Pero la pasión que dan las ideas y no las ambiciones personales para manejar la cosa pública como si fuese propia.
Para que nunca se escriba en las paredes de la Argentina, como se lo hiciera en la campaña que protagonizó M Vargas Llosa en Perú, “Basta de realidades, queremos promesas”, debemos poder construir las alternativas políticas que permitan a todos los argentinos encontrase representados y no que se vote por una nueva heladera. Basta de promesas.
Noviembre de 2005.-
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