viernes, 21 de mayo de 2010

200 años después

Aunque parezca innecesario, debemos empezar por aclarar que contra lo que muchos suponen, el próximo 25 de Mayo no se festeja el bicentenario de nuestra independencia. Ni su nacimiento. Apenas si podriamos hablar de su concepción.

En aquella fecha ocurrió un acontecimiento principal del proceso de la independencia argentina. Pero la Revolución de Mayo no fue ni el primero ni el último de los hechos que nos permitieron llegar al 9 de Julio de 1816, fecha de nuestra Declaración de Independencia.

Determinar si la Revolución de Mayo es el más relevante de los hechos de aquel proceso o no, lo dejo a los que saben: los historiadores (si pensó que iba a nombrar a los periodistas o a los políticos, lamento haberlo defraudado). Pero hoy es tan común escuchar esta confusión en los dichos de la gente (no sólo la más joven), que me pareció que ameritaba la aclaración.


La Economía

En el Virreinato del Rio de la Plata (desde 1776), la actividad principal era el contrabando. Los principales ingresos, provenían de los impuestos y tasas que cobraba la Aduana. O sea, que desde antes del comienzo de nuestra historia, ya existía una contradicción entre nuestra economía formal y la real.

Paradójicamente, ya desde entonces los habitantes de estos lares, desconocían los principios más básicos de la economía (o actuaban como si así fuera). En mercados normales, la demanda es función del precio. Esto es, a mayor precio, menor demanda.

Pero cuando se introducen distorsiones como por ejemplo, la pretensión que sólo los barcos españoles pudieran desembarcar en el Puerto de Buenos Aires y además, debían vender la totalidad de sus mercancías a la Aduana quien se convertía en un único mercado concentrador y por ende en el fijador de precios, la consecuencia imposible de evitar era el contrabando. Y la pérdida de recaudación por parte de la Aduana.

Esta lección, no sólo la volvimos a aplicar de manera recurrente a lo largo de nuestra historia en nombre de la defensa de la industria nacional (en realidad de los industriales prebendarios a costa de la gente), llegando al caso monstruoso del IAPI peronista, sino que hoy el estado pretende llegar tan lejos como le sea posible en su emulación.

Hacia 1810, la participación de lo que sería después la Argentina en el comercio internacional (importaciones + exportaciones respecto del total global) era del 0.24%. En el Centenario, ese porcentaje había subido hasta el 16.3%. En el Bicentenario, aun considerando que el precio de los commodities de origen agropecuario que explican más de un tercio de las exportaciones se encuentran en el máximo histórico a precios constantes, hemos vuelto a una participación menor al 1%.

En 1810, el PBI per cápita nuestro era equivalente a los de España e Italia. En el Centenario, era 110% mayor (más del doble) que el de España y un 80% mayor que el de Italia. En el Bicentenario, tenemos el 52% que el PBI per cápita español y 39% del italiano. Y ambas economías europeas distan de ser las que han tenido el desarrollo más brillante de los últimos 200 años.

En la comparación de productividad desde 1915 al 2005, Argentina apenas triplicó el valor agregado por ocupado, cuando gracias al avance de la tecnología, la media mundial se incrementó 16 veces. Sin olvidar que en esa media no sólo está la Argentina, sino países con índices perores que el nuestro. Como consecuencia de esto, el salario real del obrero industrial, apenas se incremento en un 25% en igual periodo, contra incrementos superiores al 1.000% de los países que hoy son centrales, pero que hace un siglo atrás, soñaban con acercarse a nosotros y aun así, lo veían como utópico.

Desde 1980 al 2006 (fecha en que las distorsiones estadísticas comienzan a ser mayores a las históricas), el nivel de desempleo en la Argentina se quintuplicó en términos de la población económicamente activa. Igual incremento sufrió el porcentaje de la población (total no sólo activa) que se encuentra bajo la línea de pobreza y se cuadruplicó el porcentaje de la población -total- indigente.

Finalmente, podemos verificar una correlación inversa entre estos indicadores socio-económicos y los niveles de apertura económica, pudiendo expresar sin temor a equivocarnos, que cuanto más se cerró la economía, peor dieron los indicadores.


Las instituciones

De manera análoga, la evolución de las instituciones se puede graficar con una curva correlativa con la de la economía. Lo cual no debería ser una sorpresa para nadie.

A partir de la revolución de mayo, fecha en que se destituye al virrey y se constituye la primera autoridad revolucionaria, se inicia un periodo de búsqueda de mejores instituciones. La Asamblea del 13, la Declaración de Independencia y las constituciones del 19 y del 26 fueron intentos reales. La guerra civil y Rosas son el piso institucional y representan la pérdida de la primera mitad del siglo XIX.

A partir de la segunda batalla de Cepeda (1859) y Pavón (1861) y la consiguiente entrada en vigencia de la constitución liberal de Alberdi, Argentina comienza una empinada tendencia de crecimiento y consolidación.

Como consecuencia de esto, esta nueva nación se convierte en un imán de inmigrantes e inversiones, produciendo uno de los procesos de crecimiento y acumulación de riqueza más trascendentes de la historia mundial, atento el cortísimo plazo en el que un desierto árido con escasa población e inculta y sin profesiones ni mercados, se convierte en el icono al que nadie podía reconocer.

En apenas 50 años, cuando fue el Centenario, nuestro país se había convertido en el granero del mundo, tenía la mejor red de ferrocarriles y su elite era reconocida en el mundo, como parte de la elite mundial. Sus pobladores tenían el más alto nivel de alfabetización de América Latina y estaba dentro de los primeros cinco del mundo. Los inmigrantes dejaban todo con tal de poder traer a sus hijos a vivir y educarse en la Argentina, que aseguraba la movilidad social y económica ascendente. Y el sistema de Salud Pública era de tal calidad, que fue modelo durante décadas y ejemplo a seguir en el mundo.

El sistema institucional era robusto y previsible, aunque la democracia no era total. Pero en el mundo finisecular del XIX, eso no sólo era aceptable, sino que se reconocía que difícilmente se hubiera alcanzado ese status quo, con otro sistema.

La Ley Sáenz Peña (1912) busca mejorar esto y en 1916 asume el primer presidente votado realmente de forma popular. Era Argentina potencia. Y era popular y democrática.

En el siguiente siglo, logramos algo aun más difícil de alcanzar. Si el éxito del Centenario era improbable de pronosticar en tiempos de la Revolución, el fracaso del Bicentenario era considerado imposible un siglo despues. Pero nuevamente hemos vencido las estadísticas.

La demagogia y el populismo son causas. La corrupción efecto. Y causa del efecto final: la cultura prebendaría y parasitaria, de la dádiva y del caudillismo. El mismo que en la primera batalla de Cepeda (1820) marcó el comienzo de nuestra peor declinación.

Esto produce un Congreso servil, una Justicia temerosa y amiga del poder y un presidencialismo orientado a su propio enriquecimiento, repartiendo algunas porciones con los amigos y quitando vía inflación, impuestos desmedidos e imprevisibilidad jurídica la propiedad al resto de los connacionales. El estatismo es la receta. Lo argentinos la excusa y las victimas.

Si no fuera por sus nefastas consecuencias, casi seria cómico escuchar que los que se dicen progresistas (será por su progreso personal), que se embanderan con las necesidades de los que menos tienen, les roban a estos todos los días no sólo lo poco que les queda, sino cualquier esperanza de un futuro mejor. Al menos ya no para ellos pero al menos para sus hijos.

Más triste es ver cómo estos votan a aquellos, ya no por convicción sino por la ilusión que algún día les toque algún cargo que les permita tomar al menos algunas migas de la mesa del banquete, al que saben, jamás serán invitados. Mientras, se conforman con un choripan y una gaseosa.


Conclusión

Queda para los sicólogos el solucionar los problemas de ego tanto de economistas como de los políticos cuando se defina si la economía define la política o es al revés.

Para el resto, lo que nos queda claro es que sin importar el orden, ambas deben ser modificadas y seguramente, de manera simultánea.

La duda que tengo y que jamás podré resolver, es si en el Tricentenario podremos ser una nación normal (ya no sueño con aquel lugar relativo del Centenario) o si acaso debamos pensar en emigrar a Eritrea. Si nos dejan sus pobladores.

Pero a lo mejor, para el Bicentenario de la Independencia podamos haber visto un cambio de tendencia. O no.

Feliz 25 de mayo

Buenos Aires, Mayo 20, 2010.-


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El autor es Investigador Asociado de la Fundación Atlas 1853

miércoles, 17 de febrero de 2010

Algunas ideas para Cris . . . y otros

En términos de segmentación política, parece que sólo hay dos grupos. Quienes están con la política oficialista y quienes apoyan a los políticos de la oposición.

Pero este maniqueísmo solo es válido en la cabeza de los propios políticos. Ya que en medio, estamos los ciudadanos que trabajamos y pagamos impuestos y que vaya casualidad, les pagamos los salarios a todos ellos. En muchos casos, mejores que los nuestros. Toda una paradoja.

No suelo coincidir con los K. De hecho me cuesta encontrar una ocasión en que así haya sido. Hasta hoy. Y la verdad es que a los políticos de la oposición (a los políticos, no a la gente), no se les cae una idea. Al menos, una no original.

Todos los políticos profesionales (oficialistas y no), discuten como gastar. No cuanto gastar. Discuten sobre como coparticipar los impuestos vigentes. No como bajarlos. Discuten como entregar subsidios a los desempleados, de forma de mantener la masa clientelar, que es en el fondo lo que se disputan. No discuten como generar empleo. Empleo digno y no cartoneros con carnet.

Discuten como usar las reservas. Si arman un Fondo del Bicentenario (oficialistas), si la distribuyen entre las provincias que apoyen (gobernadores), si arman un Fondo Nacional para Desarrollo (CTA), etc. Pero lo importante es usarlas, porque sino las usa otro.

El tema es que las reservas, no son ahorro. Son en gran parte la contrapartida del pasivo denominado técnicamente M2, que no es otra cosa que el circulante mas aquel dinero que por su liquidez se lo considera casi de igual manera, por lo que su encaje es del 100% (Cuentas a la vista que son las Cuentas Corrientes y Cajas de Ahorro).

El resto, al que se lo denomina como Reservas de Libre Disponibilidad, en realidad está garantizando otras formas de pasivos (Letras y Notas del BCRA, préstamos con el BIS o pases en el sistema bancario). Estos pasivos son consecuencia de esterilizar emisión monetaria, una de las formas más eficaces de generar inflación, cuando no representa un similar aumento del PBI.

Hacer las cuentas de manera sobre las Reservas exacta es aventurado, ya que el BCRA ha hecho de este detalle un secreto inescrutable. Y mientras así siga, se debe presumir que es porque las cosas están peor de lo que se espera. Si no, nos las enrostrarían de manera diaria. Por lo que es fácil presumir que no existen Reservas de Libre Disponibilidad. O son exiguas.


Recapitulemos

Desde la salida de la crisis de 2001, se incentivó el consumo de corto plazo de forma de dar movimiento a una economía que tenía una Output Gap considerable (diferencia entre el PBI Potencial y el Real). Esto permitió un aumento de la oferta con muy baja inversión (ya había sido efectuada en los 90`s) y por ende la demanda no empujó de manera significativa al alza a los precios y la inflación fue baja. Este proceso terminó en el 2005.

Durante ese periodo, los únicos precios que se pudieron haber escapado, fueron los commodities (bienes transables, que tienen precios internacionales de referencia). Granos, petróleo y gas y otros insumos y bienes que podían ser vendidos en el extranjero o que se importaban.

Para estos, se armó una parafernalia de subsidios, retenciones, cupos y otras herramientas de intervención directa e indirecta, que lo único que lograron fue una distorsión del mercado. Lo que se evitó es lo que se denomina el pass-through, o sea, la readecuación de los precios locales a valores internacionales, según el tipo de cambio.

Pero aquí se daba la primera paradoja. Al hacer caso del pedido de los industriales locales (que no son competitivos) de mantener un tipo de cambio alto (en lugar de pedir una baja de impuestos), el costo de esta distorsión era cada vez mayor, por lo que el nivel de gasto público se fue incrementando a medida que el tipo de cambio subía y la distorsión aumentaba.

Los argentinos se encontraron con salarios devaluados en dólares y tarifas igualmente devaluadas pero con la sensación que habíamos salido de la crisis (Lavagna así lo afirmaba). Y el contexto internacional ayudó con la suba en dólares de estos commodities. Pero como en todos estos, la Argentina exportaba estos bienes, se aplicaron las retenciones que parecía la solución al problema del financiamiento.

Se cerró o se limitó de manera muy fuerte la exportación y la primera consecuencia fue el desincentivo a la producción. La segunda, fue la sensación que todo podría seguir así para siempre.

Así, cuando la realidad nos golpeó en la cara por la baja en la producción y explotación local de hidrocarburos y un achicamiento del área sembrada haciendo obviamente que las retenciones perdieran su posibilidad de financiar la fiesta, todos empezaron a tomar conciencia que la crisis no se había ido. Los más optimistas, empezaron a hablar de una nueva crisis. Pero en definitiva, hay crisis nuevamente.

A partir del 2006, la presión sobre la oferta por una demanda sobrecalentada hizo que los precios empezaran a trotar y la solución fue la intervención del Indec. Matamos al mensajero y dimos por solucionado el problema. Pero este, como un cáncer, siguió su camino destructor.

La alternativa fue la colocación de deuda con Chávez al 14%, la misma que hoy está vendiendo en el mercado secundario con una ganancia del 100% y que nos cierra aun más el mercado de deuda internacional (si es que quedaba alguien dispuesto a comprar deuda nuestra). El trote se hizo entonces, mas veloz.

Pero las arcas caribeñas colapsaron por sus propios errores y los ajenos y las alternativas fueron los fondos de las AFJP en 2009. En 2010, serán las Reservas. O la emisión con el consiguiente déficit cuasi fiscal. O ambas. Entonces, el trote ya será carrera.


Dejar funcionar al Mercado

La primera idea es, dejar que funcione el Mercado. Si esto ocurriera, cosa que a pesar de lo que muchos políticos dicen, no ocurre, las cosas serian distintas. Veamos algunas.

1) El tipo de cambio, que no es otra cosa que un precio, estaría reflejando la verdadera relación entre Reservas, M2 y expectativas.
2) El sinceramiento de tarifas que tarde o temprano habrá que hacer y seguramente será en el peor momento, hubiese sido un proceso gradual.
3) El efecto sobre los precios que tendrá este sinceramiento será aún mayor que la inflación anterior. Esto es así por dos motivos. El ajuste inicial será básicamente sobre insumos primarios los que tienen un efecto cascada muy relevante generando así una expectativa sostenida en el tiempo de un alza inflacionaria. Por otro, para poder lograr un nuevo desarrollo en la producción de dichos insumos (Carne, Gas, Petróleo, granos, etc.), requerirá inversión y tiempo, los que se retroalimentarán de manera negativa con las expectativas inflacionarias.


Responsabilidad Fiscal

Tanto a nivel nacional como a nivel subnacional (provincias y municipios) este es un principio desconocido. El nivel de gasto nunca puede ser mayor que el del ingreso total. Por ingreso no quiere decir solo recaudación. El financiamiento de terceros (préstamos) es posible siempre que lo sea en condiciones razonables y que su stock acumulado sea una proporción tal del Activo (PBI) que no de temor de default futuro a los acreedores, ya que este se refleja luego en la tasa. Dicho de otra forma, el costo del financiamiento, debe ser menor que el beneficio que este produce.

De manera análoga, hay que entender que la emisión monetaria tampoco es una fuente de financiamiento seria, ya que aumenta el financiamiento propio (Patrimonio Neto) sin ver la contrapartida en el Activo (PBI), por lo que lo único que hace es empeorar los índices. Este índice es la inflación. Es el índice por el que hay que ajustar el PBI (medido en precios) para igualar la ecuación.

Por ende, la segunda idea, es: El Gasto Público (GP) no podrá aumentar más allá de lo que lo hacen los ingresos, entendiendo que todo acreedor esperará que parte del aumento del PBI sea financiado con fondos propios reales (no emisión) y sólo una fracción del nuevo incremento se lo financie con terceros. Para esto, deberíamos empezar a dejar de pensar que toda erogación del Estago se debe englobar en Gasto Público y empezar a desdoblar este de la Inversión Pública. El primero es aquel necesario para asegurar el funcionamiento del Estado (Salud, Educación, Seguridad/ Defensa y la burocracia).

La Inversión Pública solo tiene sentido si no hay privado que esté dispuesto a asumir su riesgo, no ya por ser un proyecto inviable, sino porque incluya una componente no monetaria directa en su repago (bajar índices de pobreza, analfabetismo y/o mejora en la salud, de manera estructural) y requiera de presencia pública. No porque las variables macroeconómicas no permiten proyectar e invertir a largo plazo.

De esta forma, se logrará financiamiento razonable para acompañar y potenciar el crecimiento de manera sustentable en el tiempo.

Reforma Fiscal

La presión impositiva actual en valores reales (no la nominal que considera que todos pagan todos sus impuestos) está en niveles record e insostenibles. Esto genera obviamente, que muchos vayan dejando de pagar, dado que el hacerlo les crea la certeza de un quebranto y su elusión o evasión, les permite comer un mes más. Seamos sinceros, a menor tamaño, mayor facilidad para evitar pagar, por lo que estamos hablando miles de pequeños y medianos contribuyentes que se encuentran en la disyuntiva de pagar impuestos y quebrar o seguir viviendo en un contexto totalmente informal.

Pero más sorprendente aún, es que la parte más compleja desde el punto de vista impositivo para estas industrias que son generalmente mano de obra intensiva, está en el peso que tienen los impuestos al trabajo.

Como consecuencia inmediata, podemos verificar el más del 40% de la mano de obra en actividad, lo hace “en negro”. Y el mayor impedimento para generar trabajo son los contingentes que genera un fuero laboral totalmente sindicalizado y un gobierno dependiente de los sindicatos.

Entonces la tercera idea, es bajar los impuestos al trabajo tanto a cargo del empleado como del empleador a la mitad y que los primeros seis meses de incorporado un empleado (sin importar si es una mera regularización o una incorporación real) no haya impuestos para ninguna de las partes.

Si consideramos que hoy no hay casi incorporaciones en blanco y que quienes están en negro seguirán así, no se está resignando nada. Pero si se logra que una importante parte de los empleados informales y los desempleados, tengan una oportunidad de trabajar, tengan un sistema médico donde atenderse y comiencen a aportar al sistema previsional.

Sé que a los sindicalistas esto no les gusta porque eso baja sus ingresos por aportes menores. Pero han pedido ideas para mejorar la situación de los argentinos y no de los caciques sindicales.


Capacitarse


La cuarta idea que se me ocurre es que los funcionarios deberían hacer una pasantía en algún país serio, tanto en temas institucionales como en teoría económica. Ver y escuchar lo que hacen y dicen nuestros políticos, da vergüenza.

Hablan de progresismo, pero los únicos que progresan son ellos. El resto de los argentinos somos espectadores. De seguir así, en el futuro deberemos agregar un nuevo segmento socioeconómico en el vértice de la pirámide: los políticos.

Ideas para mejorar el país, hay. Pero no en los políticos. Ni oficialistas ni de la oposición.


Buenos Aires, Febrero 16, 2010.-