jueves, 12 de febrero de 2009

Como en el juego de la Oca

El gobierno no puede aliviar el esfuerzo personal. Los hombres normales deben cuidarse así mismos. Autogobierno quiere decir automantenimiento, por lo que en definitiva, los derechos de propiedad y los derechos personales son la misma cosa.” (Calvin Coolidge, 30 mo. presidente de EEUU, 1925).

De manera paralela, sus contemporáneos (Stalin, asumido en 1923; Atartuk, en 1923; Chiang Kai-Shek, en 1925; Reza Khan, en 1925; Ibn Saud, en 1926; etc.), iban en dirección contraria. Como afirmara Mussollini “Todo dentro del estado, nada fuera de él, nada contra el estado”.

Casi un siglo después, podemos ver quien tenia razón. Social, moral y económicamente, EEUU es el líder indiscutido de esta aldea global.
La convicción que la esencia de la república no es la democracia en si misma sino el imperio de la ley y que la función principal del gobierno es sostenerla y asegurar su cumplimiento sin excepciones, marca la gran diferencia de inicio para el análisis de la evolución de las naciones, desde comienzos del mundo moderno.

Esta no fue la única característica diferenciadora, pero seguro que fue la más importante. Y la que mas influyó en que muchas de las otras (inmigración, desarrollo tecnológico, movilidad social ascendente, etc.) se dieran y en las respectivas magnitudes.

Desde ya que el mundo del siglo XXI dista de aquel. Pero aun así, la discusión sobre cual ha de ser el papel del estado y cuales sus áreas de incumbencia, han ocupado todo el tiempo transcurrido desde entonces. Y no ha terminado.

Durante ese tiempo, hemos visto (aunque parece no que hemos aprendido), que no hay forma que burócratas bien intencionados (en el mejor de casos) puedan reemplazar al mercado.

Los experimentos de ingeniería social llevados a cabo, tienen como común denominador dos factores: millones de muertos y/o prisioneros políticos y la pauperización moral y económica de esas sociedades.

La corrupción de los líderes en esos pueblos, no es la causa del fracaso de los experimentos, sino la consecuencia inevitable de ellos.

Cuando el autócrata libera a una persona de su esfuerzo personal, lo está comprando. Y la causa a la que adhiere el nuevo “miembro” no es otra que el mantenimiento del poder en manos de aquel. Hasta que ya no es necesario adherir nuevos acólitos y la sociedad entera pasa a ser propiedad de una elite que tiene por objetivo velar por el bien común (de la elite, desde ya).

Huelga decir que es estos casos la parodia es la única forma de creer que vivimos en una república. Tales son los intentos de simular elecciones democráticas, división de poderes y/o igualdad ante una justicia independiente.


La condena al éxito

El 2009 será según algunos analistas políticos, un año definitorio. Otro más.

El resultado de las elecciones legislativas, determinará la gobernabilidad del oficialismo y su eventual proyección hacia después del 2011.

También tendrá incidencia en las alianzas de la oposición con chances de ser una alternativa en 2011.

Pero en realidad, no estamos hablando de alternativas programáticas. No hay una discusión del modelo de país que queremos. Es apenas una discusión de nombres. Incluso, de cartel.

Muchos de los oficialistas de ayer son opositores de hoy, sólo porque olfatean que sus posibilidades son mayores saltando el mostrador. El pobre de Borocotó, cometió el error de saltar sin un discurso “apropiado” que evitara que su salto se convirtiera en políticamente incorrecto. Pero salvo esto, no hay diferencias.

De igual manera, entre opositores ayer antagonistas a causa de sus programas de gobierno propuestos, los pases han sido moneda corriente.

Está bastante claro el porque de estos intercambios constantes. Todos apoyan el modelo socialista, prebendarlo, dirigista y demagogico. Algunos buscarán decir que hay grados, pero la libertad es como el embarazo: no admite parcialidades. Se es libre o no se lo es.

Que el armado político implique la formación de dos alianzas (facciones) peronistas (una con Kirchner y la otra contra él) y una tercera que junta a todas las corrientes socialistas no peronistas, demuestra que si fueran un poco mas inteligentes, hasta podrían evitar las elecciones. Sólo deberían acordar en un cronograma de rotación en el sillón de Rivadavia.

Lamentablemente, en la Argentina seguimos pagando las consecuencias de un peronismo que lleva más de sesenta años contaminando a la sociedad. Hace mucho que los argentinos han decidido que lo único que pueden esperar de SU gobierno, es la dádiva.

En palabras de Coolidge, queremos el autogobierno (la republica) pero no queremos el esfuerzo que su existencia implica. Al menos no el propio. Queremos los derechos personales, pero la única propiedad privada inviolable es la propia.

El peronismo de Kirchner no es ni peor ni mejor que el que Duhalde pretende reconstruir, sin importar los nombres que en el intento involucre. Al menos no para los ciudadanos comunes. Ninguno tiene un programa de gobierno. Sus promesas surgen de lo que la gente espera escuchar. Y cuando llegan (ambos llegaron y se fueron), hacen todo aquello que atacaron durante sus respectivas campañas.

La UCR, tampoco tiene un programa. Si convino colocar a un De La Rua que capturara los votos de la sociedad y si ahora hay que cambiarlo por una Carrió, es sólo una cuestión de facciones internas.

No olvidemos que el ARI (o la CC) apoyo la candidatura de una gobernadora en Tierra del Fuego, que tardó apenas treinta días en colocarse bajo el paraguas del kirchnerismo, por una “cuestión de caja”.

Basta de realidades, queremos promesas.

Pero esto no es culpa de los políticos. Somos los ciudadanos los que demandamos esta clase de personajes. Y el mercado es infalible. Aun para los socialistas.


Los libertarios

En 2003, muchos pensamos que finalmente se creaba un partido que representara a aquellos que defendemos la libertad, la república y que no queríamos que el estado nos “ayude”.

Nadie en su sano juicio, y mas allá de una elección que terminó sorprendiendo al más informado de los optimistas, esperaba que esta opción se materializara en un plazo tan breve. Pero bien podía decirse que se comenzaba a ver una luz al final del túnel. Pero terminó siendo una locomotora de frente.

Los últimos resquicios de aquel sueño se han evaporado. Causa de esto fue que los políticos han sabido transmitir que sólo al que puede ganar hay que votar, y además ninguno de ellos ha tenido la grandeza de intentar construir un espacio sino se aseguraba su propio liderazgo sin posibilidad de discusiones de fondo (no muy libertario, por cierto).

Hoy vemos que la mezcla de libertarios de ayer con demagogos de siempre es moneda corriente.

Las alternativas vuelven a ser las mismas de siempre. En nombre de la gobernabilidad (ficticia) y del progresismo (hacia la igualdad de la pobreza y la eliminación de las oportunidades), volvemos a pensar como los contemporáneos de Coolidge.

No es culpa de Bush ni de Obama que nos hayamos vuelto intrascendentes en el concierto de naciones. Es que salvo para el simulacro de las elecciones, también lo somos para nuestros propios representantes. Si es que alguna vez intentaron representarnos.

Mientras sigamos en este autismo civil, estamos condenados al éxito de nuestros políticos y al fracaso de nuestra nación.


Buenos Aires, Febrero 12, 2009.-