martes, 3 de julio de 2007

¿Adversarios o enemigos?

El pasado domingo, Santiago Kovadloff comenzaba su columna (El mirador), con la siguiente aseveración: “Si desde la orilla recién alcanzada del siglo XXI volviéramos la mirada hacia atrás, cabría concluir que los argentinos no hemos sabido heredar el legado más fecundo que nos dejó el siglo XIX: el de la vocación por la unidad nacional”.

En su último ensayo (La excepcionalidad Argentina), Vicente Massot sin tomar posiciones reconoce lo bueno y lo malo de ambas partes, cualesquiera sean estas y deja claro la forma en que aquel antiguo axioma de “el enemigo de mi enemigo, es mi amigo”, se aplicó a rajatabla durante el siglo XIX. Este planteo que puede ser razonable cuando es aplicado entre Liniers y Cisneros, atento que ambos representaban intereses opuestos (dependencia del reino de España vs. Independencia), se vuelve totalmente inaceptable, a partir de 1810.

Aun así, las diferencias ideológicas marcaron a fuego desde la idiosincrasia argentina hasta los límites de la patria. Gracias a los constantes enfrentamientos intestinos, se perdió una importante parte del territorio nacional y se estuvo a punto de perder mucho más. Patagonia incluida. Realmente recomiendo su lectura.

El problema es que si bien en el siglo XX, la segunda parte de aquel axioma ya no se puso en práctica (esto es, ya no se buscó alianzas con terceros países, en busca de ayuda para derrocar al oficialismo de turno), la primera parte de la sentencia sigue vigente. No hay adversarios u oponentes. Solo hay enemigos.

La diferencia no es menor. El fin último de los oponentes o adversarios es obtener el triunfo en la competencia en la cual cada uno toma un lugar. Y fuera de ella, la convivencia es la ley. Precisan de la otra parte. No pueden entender su universo sin un oponente.

El fin de los enemigos es el aniquilamiento, el exterminio del otro y el triunfo viene por añadidura. Estos no prevén una instancia de convivencia. Sólo conviven por necesidad hasta poder lograr su objetivo último. Su ideal de universo es la uniformidad. Es el exponente de la ética Kantiana: “Todos los conceptos morales tienen su asiento y origen completamente a priori, en la razón humana más vulgar como en la mas altamente especulativa”. O sea, quien no actúa de manera moralmente correcta en cada caso, no lo hace, porque no quiere. Y está actuando de mala fe. Esto niega el derecho al libre albedrío, porque como cada uno ve la felicidad de una manera distinta y no está en el plano de la razón, esto es ajeno a la moral, porque la moral tiene que ser por deber. Y quien se opone entonces, es enemigo. No puede, ni debe haber disensos.

Casi descuidadamente, acabamos de encontrar algunos elementos que separan las ideas liberales de las socialistas. No ya en discursos demagógicos, sino en las propias entrañas de sus respectivos objetivos estratégicos. Pero como argentinos, siempre tenemos algo para agregar, y nuestro tercer movimiento (el PJ), debe identificarse con alguna de estas dos posturas. Pero para evitar el desbalance, el PJ se adscribe a ambas y eventualmente, estará dispuesto a hacerlo a cualquier otra. Para esto, genera alternativas intestinas que dan color a cada una de ellas: Desde el pseudo socialismo de Kirchner al pseudo liberalismo (y muy lejano) de Menem y Cavallo, pasando por el proteccionismo nacionalista de Duhalde. El partido centenario intentó lo propio y opuso a su corriente interna de Renovación y Cambio, la de Línea Nacional, en los últimos tiempo. Antes por lo menos sinceraba sus posiciones dogmáticas, escindiéndose.

El problema de esto, no es solamente el travestismo político, sino la falta de identidad con ideas y doctrina. Sólo las circunstanciales alternativas de acceder al poder, hacen que los diferentes grupos internos de cada partido se hagan del control de estos y salgan a buscar su encumbramiento, sin importar su respectivos discursos en la campaña anterior.

Y aún así, en este contexto, la discusión no es lo civilizada que uno esperaría que compañeros de camuflaje, practiquen. Los intentos hegemónicos con la búsqueda de la destrucción del otro han sido una constante. Cada partido entiende al bipartidismo, como la convivencia dentro de su propio espacio, con aquellos que pueden pensar distinto, pero no con quienes no pertenecen al clan.

En este contexto, nos encontramos con que a los proteccionistas, nacionalistas, socialistas, transversales, comunistas, piqueteros, etc., se los denomina progresistas y al resto neoliberales. Pero esta antinomia no es real. Para empezar los primeros desconocen otra forma de concebir el progreso que no sea sancionando leyes de imposible cumplimiento y dudoso efecto. Tampoco pretenden lo mismo y en muchos casos son claramente contradictorios. Tienen si un elemento en común: Pretenden un estado fuerte y gigantesco y libertades individuales limitadas, salvo para ellos mismos.

Pero la otra pata de la mesa, tampoco es homogénea. Hay quienes se identifican con una mejor administración de los gastos, y una reasignación de recursos, pero pocos se animan a declararse liberales (a secas) y levantar el estandarte de un achicamiento del estado (esto no acaba tan solo con las privatizaciones) y una desvinculación desde el estado de las actividades productivas y de servicios realizables por el sector privado, así como la eliminación de los impuestos distorsivos y la baja del resto.

El estado se ha convertido en un botín que cada facción considera propio. De allí que todos planteen como administrar los fabulosos fondos que el estado logra, a costa de confiscar la propiedad privada de sus ciudadanos, con criterio Rousseauniano.

Por esto, y no habiendo diferencias entre unos y otros, la única forma de sobrevivir es la eliminación del enemigo. Mientras tanto, nosotros seguimos creyendo que esto es una democracia y que elegimos algo distinto que nuestro propio verdugo.


Septiembre 18 de 2005.-

Publicado en Fundación ATLAS 1853 (www.atlas.org.ar)

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