En los últimos días hemos podido seguir por todos los medios, los diversos pronósticos de aceptación que se obtendrá con el canje de deuda. Hemos leído que las calificadoras mejorarán la calificación de la deuda pública argentina y que con esto se cierra un ciclo.
Muchos analistas – que intentan mostrar que la dupla Duahalde+Kirchner, han logrado aterrizar el 747 en la 9 de Julio casi sin costos – mencionan el éxito que implica lograr una aceptación por encima del 70%/ 80% y que esto es la salida del “infierno”. Sostienen que desde aquí estamos condenados al éxito y que las inversiones lloverán. Tan es así que ya hay quienes comienzan a pensar en planes para limitar el ingreso de dichas inversiones. No sea cosa que la economía se recaliente tanto que el impacto inflacionario de semejante aluvión de inversiones nos ponga en una incomoda situación y luego debamos salir a decir que el ingreso de capitales es nuevamente parte de una teoría conspirativa del mundo contra la Argentina.
A mi entender nos estamos olvidando de los costos ocultos – en realidad, ocultarlos es como esconder un elefante bajo la alfombra – que el proceso combinado de devaluación y default nos va a dejar.
Además de una impresionante transferencia de recursos por decisiones de burócratas incapaces, hemos de encontrarnos con dos problemas a resolver de tal dimensión, que nos llevará décadas volver al punto de inicio: Los niveles de pobreza e indigencia por un lado y la destrucción de la cultura del trabajo por el otro.
Para empezar, las inversiones que puede que vengan en los próximos años a la Argentina serán mayormente de carácter financiero y por ende de rápida reacción para la salida. Las inversiones directas – en activos fijos y de largo repago – no vendrán por mucho tiempo. Especialmente las nuevas. Puede que algunas industrias con capacidad de producir para el comercio internacional, incrementen la capacidad de producción actualmente instalada. Pero aún así, lo harán de manera muy pausada y cautelosa. Después de todo, nuestro deporte nacional parece ser el cambio de las reglas de juego de manera constante. Y aunque no nos guste, a los inversionistas, no les parece simpático contribuir de manera alegre al subsidio de las ideas trasnochadas de los funcionarios de turno.
Bajo este contexto es de esperar que aunque a los colaboradores del presidente los alegre que los índices de pobreza e indigencia hayan bajado un par de puntos porcentuales, y sin entrar a discutir si la baja es real o tan solo un juego entre valores de canastas mínimas e ingresos promedios, lo que nos llevaría a discutir sobre las bondades de la estadística, tener 48% de la población caratulada como pobre y casi un cuarto del total, como indigente, nos muestra que el camino por recorrer es muy largo. Si a esto le sumamos lo dicho respecto de las inversiones, nos encontramos ante un sombrío panorama, dado que para aumentar los salarios, no alcanza con que el gobierno, vía decreto aumente los de los que hoy cuentan con un trabajo formal, sino habrá de dar trabajo a muchos desempleados y empleados informales. Pero para esto, requerimos niveles de inversión muy por encima de los que tuvimos en los 90’s, ya que hay que reconstruir un sistema laboral totalmente deteriorado. Habrá que modificar las leyes laborales para que tomar un empleado no sea cometer suicidio y habrá que asegurar que quien invierta siga siendo propietario de la utilidad, una vez lograda y no que el estado, intente quedársela o compartirla de manera abusiva, vía impuestos confiscatorios.
Por otro lado, si bien este gobierno (Duhalde y Kirchner son lo mismo) es el que generó la necesidad de la creación de programas de ayuda directa, creo dichos programas pero no lo hizo en aras de solucionar un problema coyuntural de la población, sino para crear estaturas clientelísticas cautivas que les permitieran seguir haciendo demagogia y populismo en contra de aquellos a quienes dicen defender. Pero de esta manera, han creado un mecanismo de compra de voluntades que ha destruido de manera eficiente la cultura con la que nuestros abuelos construyeron este país: La Cultura del Trabajo.
De esta manera, si sumamos que el mundo no desesperará por hacer inversiones productivas en los próximos años y que la cultura de la dadiva se ha extendido de manera inexorable, las oportunidades de bajar los indicadores de pobreza e indigencia en los próximos años serán pocas y requerirán de mucho esfuerzo por parte de la sociedad toda. Todo esto, sin descontar que por la propia naturaleza del ser argentino, puede aparecer en los próximos años algún iluminado con otro plan que haga que, como en el juego de la Oca, haya que volver a comenzar.
Podemos hablar de los niveles de aceptación del canje y olvidarnos de la realidad. Lo que no podremos nunca es dejar de pagar el costo por no realizar las reformas que el país necesita de manera urgente. Claro que en el futuro podremos encontrar a quien echarle la culpa de nuestra estupidez. Pero eso ya no será novedoso.
Febrero de 2005.-
Muchos analistas – que intentan mostrar que la dupla Duahalde+Kirchner, han logrado aterrizar el 747 en la 9 de Julio casi sin costos – mencionan el éxito que implica lograr una aceptación por encima del 70%/ 80% y que esto es la salida del “infierno”. Sostienen que desde aquí estamos condenados al éxito y que las inversiones lloverán. Tan es así que ya hay quienes comienzan a pensar en planes para limitar el ingreso de dichas inversiones. No sea cosa que la economía se recaliente tanto que el impacto inflacionario de semejante aluvión de inversiones nos ponga en una incomoda situación y luego debamos salir a decir que el ingreso de capitales es nuevamente parte de una teoría conspirativa del mundo contra la Argentina.
A mi entender nos estamos olvidando de los costos ocultos – en realidad, ocultarlos es como esconder un elefante bajo la alfombra – que el proceso combinado de devaluación y default nos va a dejar.
Además de una impresionante transferencia de recursos por decisiones de burócratas incapaces, hemos de encontrarnos con dos problemas a resolver de tal dimensión, que nos llevará décadas volver al punto de inicio: Los niveles de pobreza e indigencia por un lado y la destrucción de la cultura del trabajo por el otro.
Para empezar, las inversiones que puede que vengan en los próximos años a la Argentina serán mayormente de carácter financiero y por ende de rápida reacción para la salida. Las inversiones directas – en activos fijos y de largo repago – no vendrán por mucho tiempo. Especialmente las nuevas. Puede que algunas industrias con capacidad de producir para el comercio internacional, incrementen la capacidad de producción actualmente instalada. Pero aún así, lo harán de manera muy pausada y cautelosa. Después de todo, nuestro deporte nacional parece ser el cambio de las reglas de juego de manera constante. Y aunque no nos guste, a los inversionistas, no les parece simpático contribuir de manera alegre al subsidio de las ideas trasnochadas de los funcionarios de turno.
Bajo este contexto es de esperar que aunque a los colaboradores del presidente los alegre que los índices de pobreza e indigencia hayan bajado un par de puntos porcentuales, y sin entrar a discutir si la baja es real o tan solo un juego entre valores de canastas mínimas e ingresos promedios, lo que nos llevaría a discutir sobre las bondades de la estadística, tener 48% de la población caratulada como pobre y casi un cuarto del total, como indigente, nos muestra que el camino por recorrer es muy largo. Si a esto le sumamos lo dicho respecto de las inversiones, nos encontramos ante un sombrío panorama, dado que para aumentar los salarios, no alcanza con que el gobierno, vía decreto aumente los de los que hoy cuentan con un trabajo formal, sino habrá de dar trabajo a muchos desempleados y empleados informales. Pero para esto, requerimos niveles de inversión muy por encima de los que tuvimos en los 90’s, ya que hay que reconstruir un sistema laboral totalmente deteriorado. Habrá que modificar las leyes laborales para que tomar un empleado no sea cometer suicidio y habrá que asegurar que quien invierta siga siendo propietario de la utilidad, una vez lograda y no que el estado, intente quedársela o compartirla de manera abusiva, vía impuestos confiscatorios.
Por otro lado, si bien este gobierno (Duhalde y Kirchner son lo mismo) es el que generó la necesidad de la creación de programas de ayuda directa, creo dichos programas pero no lo hizo en aras de solucionar un problema coyuntural de la población, sino para crear estaturas clientelísticas cautivas que les permitieran seguir haciendo demagogia y populismo en contra de aquellos a quienes dicen defender. Pero de esta manera, han creado un mecanismo de compra de voluntades que ha destruido de manera eficiente la cultura con la que nuestros abuelos construyeron este país: La Cultura del Trabajo.
De esta manera, si sumamos que el mundo no desesperará por hacer inversiones productivas en los próximos años y que la cultura de la dadiva se ha extendido de manera inexorable, las oportunidades de bajar los indicadores de pobreza e indigencia en los próximos años serán pocas y requerirán de mucho esfuerzo por parte de la sociedad toda. Todo esto, sin descontar que por la propia naturaleza del ser argentino, puede aparecer en los próximos años algún iluminado con otro plan que haga que, como en el juego de la Oca, haya que volver a comenzar.
Podemos hablar de los niveles de aceptación del canje y olvidarnos de la realidad. Lo que no podremos nunca es dejar de pagar el costo por no realizar las reformas que el país necesita de manera urgente. Claro que en el futuro podremos encontrar a quien echarle la culpa de nuestra estupidez. Pero eso ya no será novedoso.
Febrero de 2005.-
Publicado en Fundación ATLAS 1853 (www.atlas.org.ar), FUNDACION CARTA POLITICA (http://www.cartapolitica.org/index.php?modulo=ef_las_consecuencias_inocultables_del_default.php) y DIARIO DE AMERICA (www.diariodeamerica.com)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario