miércoles, 17 de octubre de 2007

La desnacionalización de la Industria Argentina

Hemos estado leyendo en los últimos años, como empresas de capital nacional han ido siendo compradas por capitales foráneos.

Ante este panorama, políticos de extracción ideológica muy diferente, pareciera que coinciden. Una coincidencia que se resume en la condena de tales ventas. Incluso el pedido de auxilio al estado para que de alguna manera, pare esta “sangría” de marcas históricamente argentinas. Marcas “que hacen a la identidad nacional”.

Y ante la coincidencia, uno se pregunta si no deberíamos todos ir a la Plaza de Mayo a gritar por la defensa de la “Industria Nacional”.


Causa 1: El modelo cultural

Sin entrar a analizar la famosa tesis de Max Weber, en la cultura latinoamericana en general y en la Argentina en particular, existe cierto sentimiento de culpa por parte de quienes se encuentran en la cúspide de la pirámide socioeconómica.

Por otro lado, quienes se encuentran en la base de dicha pirámide, tienden a culpar a terceros respecto de su posición relativa. Y esa acusación no se limita al ámbito local, sino que de ser posible se buscan culpables fuera del mapa latinoamericano.

Esto ha permitido a la dirigencia política implementar en nombre de la “justicia social”, todo tipo de planes económicos y políticos, que la única justicia que buscan es la de satisfacer las ambiciones personales de quienes se encuentran en el ejercicio del poder.

Es así que, sin importar los resultados que en el pasado haya tenido la implementación de determinados programas, una y otra vez se los vuelve a utilizar en el subcontinente. Siempre con el discurso marketinero que esta vez funcionará. Generalmente apoyados en la idea que la diferencia entre las anteriores implementaciones fallidas y la próxima, que estará condenada al éxito, reside en la capacidad personal y única de quien ejerce el poder. Mientras, Einstein se revuelve en su tumba.


Causa 2: El modelo macroeconómico

La intromisión del estado y la consecuente distorsión de los mercados, ha sido una constante en el último siglo. Lo que equivale a decir, que lo fue en casi toda la historia de la Argentina moderna.

Una de las constantes que podemos encontrar en los últimos 30 años, ha sido y es la inflación. Variaron los instrumentos que se utilizaron para combatirla. Y con mayor o menor éxito, siempre se la atacó como si fuera la inflación la causa de los problemas y no como una consecuencia de ellos.

Si miramos al gobierno de los 80´s, veremos que se utilizó la inflación para financiar los gastos del estado, cada vez mayores. Y se la combatió (o se pretendió hacerlo) sin éxito, con sucesivos cambios nominales de moneda, pensando que la inflación desaparecería si la misma podía ser eliminada de la mente de los argentinos.

En los 90´s, se buscó achicar el estado y con ello el gasto relacionado. Pero se fijó el tipo de cambio no permitiendo que el mercado fuera corrigiendo de manera progresiva, las distorsiones que significaba el aumento del gasto (nuevamente). Esta vez se financió dicho gasto, con deuda. Roto el termómetro cambiario, lo que pudo ser una gripe, terminó en neumonía.

Ya en el siglo XXI, se arrancó con un intento fiscalista (confiscatorio) para financiar el déficit y terminó siendo un nuevo stock de deuda el que pagó la factura. Hasta que estalló.

Luego de la crisis del 2001/ 2002, la solución que se propuso y se implementó fue incrementar el nivel de intervención del estado en la actividad económica. Sin buscar analizar aquí los beneficios que para muchos “empresarios” y funcionarios significó la pesificación y la devaluación, el mercado fue violado. Los contratos fueron incumplidos. Y el “riesgo empresario”, base del capitalismo sano, fue absorbido por el estado.

Con el piso del 09 de mayo de 2003 (U$S 1 a $2,79), se instauró una nueva convertibilidad. El objetivo decían, era un dólar competitivo (eufemismo de “artificialmente alto”) de forma de incentivar las exportaciones, favoreciendo así la reconstrucción de la economía. Se suponía que esto debería no sólo aportar fondos por la actividad de comercio exterior, mejorando el Balance de Pagos, sino que debería generar un crecimiento imparable, por aumento de la actividad económica.

Tal como explicaba días atrás el economista Raúl Cuello, confundir crecimiento con recuperación puede ser cuando menos, peligroso. “Entre el año 1998 y el año 2007, la economía argentina creció un 24%, valor que ponderando la tasa de crecimiento demográfica arroja apenas un 14% por habitante”, aclara Cuello. Este registro es significativamente menor que lo que la propaganda oficial declama.

Si como dijimos (y sabemos), la cotización del dólar no surge de las operaciones del mercado, el sentido común alcanza para saber que debe de haber algún costo a pagar para mantenerlo en los valores actuales. Al menos hasta ahora. Haber mantenido esta convertilidad, fue tarea del Banco Central, quien compró toda la oferta de dólares que el mercado no demandaba. Para esto emitió unos $70.000 millones. Y para evitar que esos pesos no demandados no quedaran en el mercado, los esterilizó vía títulos públicos.

Además del costo cuasi fiscal de estos títulos, la enorme cantidad de pesos no demandados que no fueron esterilizados, han desembocado en inflación. Inflación no reconocida por el gobierno.

Como todo ex adicto, el sólo pensar en volver a épocas de inflación de dos dígitos, ha generado cierta incomodidad en la gente cuando se encuentra con efectivo (en pesos, obvio). A mediados del 2005 se alcanzó un PBI similar al anterior a la crisis del 2001. Para ser exacto, similar el de 1998. Esto quiere decir, que hasta allí apenas fue recuperación.

Pero fue recuperación sin inversión real en bienes de capital. A principios del 2006, la brecha entre el PBI potencial y el real (output gap), se cerró. Pero la inversión seguía sin llegar.

A partir de allí, a la inflación generada por el exceso de emisión, se sumó la expectativa de la generada por una demanda que no encontraría oferta suficiente de bienes. Y esto fue agravado a partir del 3er trimestre del 2006, con una crisis energética no reconocida por el gobierno, pero que limitaba aun más la capacidad de producción.

La solución que encontró la administración actual, fue la de adulterar el termómetro. La inflación indicaba que había problemas. En lugar de tratar de resolverlos, se bastardeo al Indec, de manera que los índices fueran los que la política necesitaba.

Esto exacerbó las expectativas inflacionarias de los diversos agentes económicos, encontrándonos hoy en una situación en la que el BCRA debe ahora vender dólares para evitar la sensación de una inminente devaluación.

Este cuadro no escapa a ningún empresario. Mucho menos a los bancos. Es entonces que más allá de las bondades que desde el gobierno han tratado de convencernos que el actual modelo tiene, el mercado ha ido anticipándose a los futuros problemas.

Es entonces razonable esperar que el costo del dinero haya estado durante todo este tiempo por encima de lo que debería, según los indicadores que mostraban el camino al éxito.

Con una tasa de crecimiento cercana al 8% anual durante estos últimos seis años, con un dólar competitivo y con el éxito asegurado, los indicadores de riesgo deberían de haber bajado de manera similar a lo que ocurrió en Brasil y el costo del crédito estar en niveles acordes con un mercado sano en expansión.

Pero el tipo de cambio actual no sólo no generó el boom de exportaciones prometido, sino que sumó inflación. U$S 21.000 aun en default, convierten a la Argentina en un país poco creíble. El congelamiento de tarifas ha detenido las inversiones en infraestructura necesarias, y estas a su vez, limita la oportunidad de nuevas inversiones productivas. El control de precios no sólo distorsiona el mercado (especialmente en términos geográficos) sino que tampoco incentiva avanzar con nuevos proyectos.

En este contexto, es lógico pensar que el empresariado intentaría volver a la racionalidad económica. Aunque más no sea, para defender su propio capital.


Causa 3: El capitalismo nacional

“Propiciar las medidas adecuadas para la efectiva consolidación y la mayor expansión de la industria nacional sobre la base del respeto a la propiedad privada y la participación del capital nacional y extranjero.”

Este objetivo no se encuentra dentro de alguna de las numerosas plataformas políticas que de cara a Octubre próximo, podríamos estar leyendo. Es el punto 4to de los objetivos de la Unión Industrial Argentina (UIA).

Está claro que lejos de este objetivo se encuentra hoy el accionar de esta Cámara y de sus integrantes en particular.

Con su accionar han avalado y avalan el avasallamiento del estado sobre la propiedad privada. Cada vez que son llamados a una foto oficial, en la que se anuncian controles de precios o producción a pérdida, allí están.

Esto ha infectado al capitalismo con un virus típico en Latinoamérica: la corrupción. Corrupción no es sólo el “sobre” o “retorno”. La aceptación de subsidios como parte del precio en el que se incluyen los riesgos empresarios es también corrupción. De igual forma que lo es las cuotas de mercado, la compra de empresas con la “ayuda” de funcionarios amigos o las leyes protectivas contra los derechos de acreedores o socios minoritarios.


Consecuencias

En este contexto, es muy difícil que el mercado confíe no sólo en los datos oficiales, sino en los propios empresarios. Y las cámaras empresariales poco hacen para mejorar la situación.

A finales de Septiembre de 2007, la tasa PRIME (costo para empresas de primera línea) se ubicó un 50% arriba que en Junio del mismo año (8,64% vs. 13,44%). Que ya de por sí era comparativamente alta, en el mercado internacional. Peor aun es para del resto del sector. Ni hablar de PYMES.

Alto costo de crédito y la poca o nada credibilidad de la palabra argentina en el exterior, condenan a las empresas de capital local sin posibilidad de ayuda estatal, a rentabilidades muy bajas (con el riesgo de quiebra) y a mercados pequeños.

La alternativa de vender a quien no sólo se fondea en el exterior, sino que integra la producción local a su propia producción global, ingresando así a una escala totalmente inaccesible para los locales, es casi imposible de evitar.

El reclamo a los bancos desde el poder político, para aumentar los préstamos al sector productivo (a menor costo), no sólo es una demostración de ignorancia, sino que apenas es voluntarismo. Pero avalar desde las cámaras empresariales este tipo de reclamos, es suicidio.

Para que las empresas como Alpargatas, Swift, CEPA, Acindar, Blaistein, Bieckert, Palermo, Ed. Atlántida, Quilmes, Pago Fácil, Argencard, Loma Negra, Milkaut, CTI, etc., no sean el camino natural para el resto, son los propios empresarios y a través de ellos, las cámaras, los que deben defender contra políticos de ocasión, esta costumbre de avasallar derechos en nombre una mayoría a la que poco representan y en nada les preocupa. Aunque les resulte funcional.

En vez de buscar en intereses internacionales que eventualmente buscan la destrucción de la Argentina, debemos empezar a cambiar la cultura y pensar como hacemos nosotros para no sólo solucionar nuestros problemas, sino volvernos interesantes en un mundo global muy competitivo.

El liderazgo social de los empresarios no se ejerce a través de la obsecuencia y la connivencia con el gobierno. El riesgo es un valor que debe ser defendido.


Buenos Aires, Octubre 12, 2007.-

Publicado en Fundación FUTURO ARGENTINO (www.futuroargentino.com.ar), NOTICIAS IRUYA (http://noticias.iruya.com/content/view/2160/412/) y Fundación ATLAS 1853 (http://www.atlas.org.ar/)

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