martes, 28 de agosto de 2007

La inflación y la paz en los cementerios

Aunque ya está fuera del gobierno (pero no fuera de la escena, al menos la judicial), nadie podrá olvidar que de manera indubitable, al momento de asumir como ministro de Economía, Felisa Micelli aclaró que prefería “un poco de inflación a la paz de los cementerios”.

Y debemos reconocer que esta profecía se ha cumplido. Aunque para ser justos y dado que ella sólo ocupaba protocolarmente aquel puesto, quien ha dado las instrucciones necesarias para que ello ocurra y continúa haciéndolo, no es otro que el mismo presidente de la Nación.


La inflación

La tasa de inflación mide el cambio porcentual del nivel general de precios de la economía.

La inflación está estrechamente ligada a la política monetaria y fiscal de una economía. Altas tasas de inflación están a menudo asociadas a una aumento de la oferta monetaria, generalmente como consecuencia de grandes déficit presupuestarios.

La medida de la inflación es el Indice de Precios al Consumidor (IPC). Para la confección de este índice se relevan de manera periódica (generalmente semanal) una cantidad predefinida de precios correspondientes a bienes y servicios, los cuales no representan una canasta determinada, sino que intentan reflejar de manera lo más fidedigna posible, las variaciones de precios de una economía, de manera integral. Por eso se debe incluir a todos los sectores.

La otra particularidad de este índice, es que considera toda variación nominal sobre los precios encuestados, los que son seleccionados por su peso ponderado en el consumo nacional. De esta manera no sólo refleja las variaciones estructurales sino también aquellas que se dan tanto por cuestiones de estacionalidad como las que se originan en fluctuaciones de coyuntura tanto en el mercado domestico como en el global.


Inflación subyacente

Hace ya algunos años, que en los Estados Unidos se publica un índice adicional que se ve despojado justamente de estas variaciones relativas que pueden modificar la ponderación de la inflación real. A este índice se lo conoce como “core inflation”

Para la confección del mismo, se prescinde de los bienes y servicios cuyos precios son más volátiles y de aquellos bienes y servicios cuyos precios difieren de la tendencia general. O sea, se excluye del cálculo a los precios de los comestibles y de la energía más volátiles, así como los precios concertados o administrados.

En Latinoamérica se la conoce como “inflación subyacente” y quien primero ha adoptado este índice ha sido México en el 2000. Para su confección, elimina el precio de las naftas, electricidad y gas para uso domésticos (precios administrados), del transporte, de la telefonía y otros precios concertados, así como 36 frutas y verduras y otros 20 productos de alta volatilidad/ estacionalidad.

Cuando se analiza una serie de este índice, se puede apreciar un comportamiento más suave, sin las violentas fluctuaciones de la inflación general. Se considera que este índice es la parte estructural de la inflación, y la que marca la tendencia a mediano plazo.

Si bien para el ciudadano común esto parece un sinsentido, ya que sufre los efectos de toda la inflación y no sólo una parte, es un índice fundamental en el análisis macroeconómico. Especialmente en la gestión de política monetaria, donde a través de diversos instrumentos que afectan el índice de precios tales como tasas de redescuento, tasas de referencia, letras de regulación monetaria, encajes, etc., la medición de efectos sobre la inflación subyacente evita las distorsiones que el IPC general contiene de manera implícita.


La inflación y la Argentina

En un reciente trabajo, Antonio Margariti explicaba claramente no sólo las diversas maneras de calcular un índice de precios, sino que agregaba a la discusión la particularidad del gobierno brasileño, quien desde 1934 publica siete índices de precios distintos, variando en la metodología de su obtención (no en los datos relevados), dando así mayor transparencia.

Pero como es de público conocimiento, la actual administración actual ha logrado pulverizar una tradición de seriedad y veracidad que ostentaba el INDEC. En lugar de hacer algo parecido a lo sugerido por Margariti, se hizo exactamente lo contrario. Se buscó timar a la confianza de analistas, inversores y del público en general, manipulando fuera de toda ortodoxia matemática uno de los índices más relevantes de la economía.

Quizás por aquello que la política domina a la economía, y en una vuelta de tuerca adicional y localista, pasamos de índices de inflación general y subyacentes a la “inflación dibujada”.

Podríamos afirmar que este argentinísimo índice, busca al igual que el subyacente, la eliminación de precios volátiles, pero con una particularidad: sólo aquellos cuya volatilidad es positiva (aumento de precio, como la lechuga, los zapallitos, etc.). Cuando por el contrario, la misma es negativa (disminución de precio) el bien o servicio no sólo no es quitado de la base de cálculo, sino que si anteriormente se lo hubiera eliminado, se lo vuelve a considerar.

De manera adicional, el efecto “precio controlado”, hace que el nuevo IPC carezca aun más de validez.

Anteriormente dijimos que se deben sacar del cálculo tanto los precios volátiles como aquellos que no reflejan las consecuencias de la oferta y la demanda (administrados y concertados). Pero aquí se deja a estos últimos de manera que gracias a una ponderación significativa, los precios y tarifas congeladas (por el gobierno) minimizan cualquier otro impacto alcista.

El control de precios no se limita exclusivamente a tarifas de servicios públicos, sino que se incluye desde el pan francés hasta la mayoría de los commodities, desde combustibles hasta alimentos (incluida la carne). Se extiende hasta distorsionar la oferta a través de retenciones o la demanda a través de subsidios.

De esta manera, la inflación general es tan solo un dibujo de la inflación real. Esto no es otra cosa que la racionalización de esa sensación que el público tiene, cuando se publica mensualmente el IPC oficial e instintivamente, la considera una burla.

Pero mucho más peligroso son las consecuencias en la gestión de gobierno. Si a partir de este índice de inflación general dibujado, se busca obtener la inflación subyacente y con la misma se pretende hacer políticas monetarias activas, entonces estamos sentados ya no sobre un barril de pólvora, sino en un polvorín.

Hoy el BCRA se encuentra trabajando en un proyecto para elaborar un índice de inflación subyacente (ponderado por persistencia – IPCP) y según su presidente, de haberse utilizado este método para medir la inflación de los últimos meses, el alza de precios habría sido menor.

Pero coincidiendo con D. Artana de FIEL, “La Argentina no sufre una mayor inflación por un ajuste de precios relativos, como dice el gobierno”. Debemos mirar las desproporciones entre la excesiva demanda agregada y la oferta así como el desmanejo de la política monetaria.

Cuando se calcula la inflación subyacente real, se toma conciencia del polvorín. Cuando ya no sea posible contener la realidad con los dibujos del INDEC, algo que más temprano que tarde va a suceder, entonces habrá muchos que con cara de sorprendido buscarán un culpable, preferentemente extranjero o con ideas económicas distintas, a quien echar las culpas. Aun cuando quienes han armado este polvorín, hayan sido ellos mismos.


Buenos Aires, Agosto 23, 2007.-
Publicado en Fundación ATLAS 1853 (www.atlas.org.ar), NUEVO ENCUENTRO (http://www.nuevoencuentro.com/modules.php?name=News&file=article&sid=2478) y DIARIO DE AMERICA (http://www.diariodeamerica.com/)

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